Era la primera vez que iba a una isla sin nadie acompañándome. No tenía ni idea de cómo haría para llegar a la casa misionera en esta lugar que se encuentra a unos minutos de Cartagena.
Repetía una y otra vez las direcciones que me habían dado; no olvido que la principal era: “pregunta por los chicos de JUCUM, todos sabrán cómo guiarte”. El viaje en lancha fue una travesía llena de muchas cosas interesantes por ver, tenía un buen presentimiento de cómo sería mi tiempo allá. Al llegar, las personas podían notar que en definitiva debía ser uno de los chicos de JUCUM, al ver mi cara de perdido accedieron a guiarme y logré llegar. La casa es muy bonita, muy bien adecuada y con vista al mar.
Obviamente era un choque venir de la base en la que habían muchas personas a tener que compartir toda esa casa solo con otra persona, pero a pesar de eso fue muy bonito profundizar con este amigo, trabajar en el mantenimiento y conocer mucho la cultura de la isla. Los niños aman ir a visitar la casa, todos se tratan como familia, disfrutan jugar baseball, futbol, caminar, ir a la playa o a las ruinas del lugar, pescar o simplemente sentarse fuera de sus casas y hablar mientras tienen juegos de mesa. Tuve que enfrentarme a muchos otros desafíos también, ya que en serio les gusta tener música a todo volumen, todo el tiempo (hasta en la madrugada), muchas veces se iba la electricidad por largas horas y el calor y los mosquitos eran insoportables, y bueno, ni hablar de las veces en las que quería unirme a la conversación de las personas de la isla y no entendía la mitad de lo que decían debido a su rapidez y acento.
Dios me enseñó mucho a través de eso, me di cuenta de cómo morir a uno mismo consiste en salir de la zona de comodidad constantemente, ser agradecido a pesar de las circunstancias y ver el favor de Dios aún en medio de situaciones como esas.
Las personas que iniciaron este ministerio estuvieron por más de 20 años, y ellos sin duda fueron un medio por el cual Dios bendijo a la comunidad y trajo mucho desarrollo. Aún hay mucho trabajo por hacer, pero lo más difícil ya lo hicieron ellos. Las personas saben quienes son los cristianos del lugar, hay iglesias y la verdad está transformando los hogares y familias poco a poco.
Durante este tiempo pude entender con mayor profundidad que si Dios te habla de ir a un lugar, es importante entender que tu compromiso es clave si quieres ver frutos.
Para mi es muy desafiante tomar compromiso, y me sentí muy confrontado escuchar a un maestro que explicaba cómo ésto es una tendencia en mi generación. Tuvo mucho sentido, ya que al huir del compromiso en realidad estaba evitando responsabilidad, tal vez era por temor a «no dar la talla» y sentir que había fracasado; pero es ahí en donde puedo confiar en que no estoy solo. Si Dios me llama, Él es quien me acompaña en cada etapa del viaje.
Cuando Dios me hablo de regresar a Colombia, Él fue muy específico en que sería por un tiempo más largo y que debía abrazar el lugar. Desde el principio era difícil ver la base misionera como una familia, pero Dios, en su amor y paciencia, me recordaba que estaba en un lugar seguro. Ahora que ha pasado más de un año y dos meses, me doy cuenta de cuantas veces he querido regresar a El Salvador y Dios me ha dicho que permanezca y confíe en Él. He conocido a personas que ahora son mis hermanos y hermanas, he visto a Dios hasta en los pequeños detalles y también he experimentado el gozo de ver el fruto de mi esfuerzo. Por lo que puedo decir que ese viaje fue una buena manera de iniciar mi tiempo en este país lleno de aventuras.
Bocachica es una isla pequeña, desafiante y que no muchos conocen, pero que tiene mucho potencial y belleza.
Jonatan Ayala.
Salvadoreño, Jucumero y amigo de el Creador.